jueves, 29 de mayo de 2008

"La Pipa"

Dentro de la serie de cuentos de Arturo Uslar Pietri encontramos este: "La Pipa"


LA REPISA

Por Andrea V. Arenas


Sólo él podría haberme hecho esto.

Me llevó a conocer a un tipo miserable. Un ser soberbio y autoritario que mataba a golpes hasta las menores rebeldías, y fumaba.

Me hizo acompañar a aquel que altivo se ufanaba cuando a su paso los hombres se ponían de pie y se quitaban los sombreros.

Tuve que soportar a ese individuo inmundo que se regodeaba en el placer de estrenar cada noche una hembra recién fregada por un peón, para despacharla al día siguiente sin más.

Me obligó a convivir con un sujeto que jugó con una mujer a la que manipuló para conseguir aquello que le obsesionaba – sólo porque no podía tenerle- , para después desecharla como un bulto.

Sólo él se atrevió a entregarme a alguien que a través de otro mira lo que fue, sin arrepentimiento, más bien con la delicia de recordar y el pesar de no poder seguir siendo lo que fue por culpa de la vejez.

Nadie más que él pudo conferir a un objeto tanta importancia en la vida de este engendro.

Sí, sólo él. Sólo Arturo Uslar Pietri pudo condenarme a seguir junto a un anciano repugnante cuyas manos nervudas me acarician sin cesar y cuya boca me quema tanto o más como la impotencia de escapar, pues no soy más que una “Pipa”.

"Día Séptimo"

Continuamos con este relato, "Día Séptimo", también de Arturo Uslar Pietri.

LA REPISA


Por Andrea V. Arenas

Conforme la nube de polvo se va disipando consigo verle; ahí está, tirado en el piso, tiritando…

José llegó callado y tembloroso, prendido en calentura…

El viento me golpea, con la mano trato de proteger mis ojos…

De un empujón despiertan a José para ir al ordeño, en la Cazalbera, atento al canto del ordeñador para soltarle el becerro adecuado y librarse de un vergazo.

La tierra vuelve a levantarse con fuerza…

Le ofrecen un cocimiento, está muy débil para hablar, pero lo agradece con los ojos. El frío le atravesaba las carnes como las espinas del naranjo cuando el amo lo castigaba obligándole a cantar como arrendajo, trepado por horas en el árbol.

Pero eso fue antes, ahora sale a caballo de madrugada y vuelve por la tarde venga sol o venga agua.

Se levanta una polvareda espesa al paso de los novillos arreados por José. Le acompaño también por el sesteadero de los Alcornoques, por el paso de la Iguana, por Corozo Pando y la pulpería del Carmen. A La Villa, no.

Ya no sentimos ni los pies, ni las manos. No son nuestros. El cuerpo helado. Todo gira y zumba…

Otra vez el viento y el polvo…

Sobrecogida por la rudeza del ascenso entre los hombres del campo, termino de leer esta historia de Arturo Uslar Pietri sobre José la Cruz, un peón marrereño, antes peón sabanero y becerrero, que no pudo llegar al “Día Séptimo” y a La Villa.