Esta es la primera entrega del taller “Introducción al cuento”. El tema asignado fue “Viaje”. A ver qué les parece....
"Don Gumaro"
Por Andrea V. Arenas
Los habitantes de Ninguna Parte no supieron ni cómo ni cuándo llegó Don Gumaro, simplemente un día lo descubrieron en el kiosco de la plaza, sentado en su baúl, y se acostumbraron a escuchar cada domingo las historias de sus viajes.
Los primeros en percatarse de su presencia fueron los niños. Se sentaban a su alrededor y se miraban entre sí sorprendidos ante aquellos fantásticos relatos. Como cuando tardó semanas en arribar a Querella. En este lugar los pobladores estaban divididos en dos grandes bandos, por lo que durante el día había peleas y tiroteos pero por las noches los miembros de un grupo y otro se entremezclaban entre sábanas, paja, pasto o en donde los cobijara la penumbra…
Poco a poco los ningunapartenses se integraron a los niños y se hicieron también asiduos escuchas de Don Gumaro, que si bien no parecía ser hombre de mundo con sus pantalones raídos, sus guaraches y su sombrero, igual logró prendarlos con sus narraciones.
En otra ocasión aseguró haber ido a Fenómeno, uno de los pueblos más visitados, aunque las razones para hacerlo no eran las mejores. Cada uno de los moradores padecía algún horripilante defecto mental o físico y cobraban a los fuereños por dejarse mirar.
“¡Tan ricos, pero tan feos los pobres!”, exclamó Don Gumaro abriendo excesivamente los ojos.
Se decía – continuó Don Gumaro – que la mayoría de los fenómenos provenían de Tú, en donde nadie tenía nombre y para dirigirse a los demás había que decirle “Ey, tú”. Con semejante contrariedad, era imposible llevar un registro de nacimientos, defunciones, matrimonios, divorcios, en fin, así que la gente se enamoraba y se arrejuntaba sin saber si eran hermanos, primos, tíos o, si eran afortunados, no tenían ningún parentesco.
Con el tiempo, la audiencia de Don Gumaro comenzó a fijarse en el baúl en el que se sentaba y que tanto trabajo le costaba cargar. Notaron que lo trataba con singular cuidado y no dejaba que nadie se acercara.
Un domingo a Don Gumaro se le hizo tarde, todos le esperaban en la plaza. Ya habían empezado a inquietarse cuando le vieron venir con su baúl. Les explicó que su tardanza se debió a que muy de madrugada se trasladó a Recuento. Una exclamación general soltaron los ningunapartenses. Habían oído que a Recuento – siempre cubierto de neblina – sólo lo visitaban aquellos que requerían arreglar sus asuntos. Recuento estaba habitado sólo por jueces, abogados, policías y cualquier persona que tuviera que ver con estos menesteres.
Después del anuncio, Don Gumaro extrajo, solemne, del escondite de su sombrero, la llave del baúl. Lo abrió y dejó que hombres, mujeres y niños sacaran y soltaran al aire su contenido: cartas, fotografías, cicatrices, cosquillas, dolores, esfuerzos, caídas, pérdidas, triunfos, risas y llanto.
Bienvenidas, abrazos y besos de felicitación embriagaron a Don Gumaro, quien por fin había obtenido la residencia, y ahora sí, oficialmente, formaba parte del poblado conocido como Ninguna Parte.
("Caleidoscopio" 2009)
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