jueves, 16 de julio de 2009

"Brazos de Sol"

Otro fantástico...
"Brazos de sol"
Por Andrea V. Arenas

Las piernas me tiemblan de tanto correr y la incesante lluvia hace más pesados mis pasos. No sé qué rumbo llevo de tanto volverme a ver si aún me persigue.

Se me complica respirar pero no debo detenerme. La última vez que me involucré con otro de su especie creí que moriría. El dolor y las cicatrices son lo peor. Aún son muy recientes. Tengo que seguir si no quiero volver a pasar por eso.

He aminorado el paso aunque sigo adelante. Él también va más lento, acechándome. Creo que se está transformando. Me pareció distinguir unos ojos cafés entre las ramas.

Estoy tan cansada y me siento tan sola, como perdida en el bosque, huyendo.

Con dificultad tomo del suelo fangoso piedras y palos que con mucho esfuerzo le aviento. Lo he oído quejarse pero no se va, al contrario, se acerca cada vez más.

Me pregunto si lo que veo en aquel tronco es una mano. No estoy segura. Ojalá dejara de llover.

Conforme aumenta su proximidad, mis cicatrices se van abriendo. Apenas puedo caminar. La necesidad de escapar es menos intensa. He llegado a pensar que no quiere hacerme daño, que él no es como el otro, que no todos son iguales.

Aún está cambiando. Ya no percibo ese aspecto de animal salvaje. Se las ha ingeniado para que yo pueda ver sus manos: tiene las venas ligeramente marcadas.

Por momentos me detengo. El aguacero se convirtió en llovizna. Recelosos haces de luz se filtran por entre el alto follaje. Estoy muy débil. Las heridas están al rojo vivo. Pese a mis intentos por alejarlo, él permanece a cierta distancia.

Sosteniéndome de los árboles consigo avanzar. Sorpresivamente me toca. Ha sido casi una caricia. Pude apreciar su olor fuerte y cándido. Mi garganta se cierra mientras en mis ojos ríos crecidos pugnan por salir. Todavía desconfío y reinicio la penosa marcha.

Logro recorrer otro pequeño tramo. No queda en mí más que confusión y un ferviente deseo por parar, por detener esta huída y volverlo a intentar, ahora con él. Es difícil mantenerme en pie. Estoy mareada y temblando. Casi deseo tenerlo cerca. Me desplomo viéndolo correr hacia mí.

Como entre sueños he sentido sus cuidados. Las laceraciones en mi piel están sanando gracias a él. Se aleja lo suficiente para mantenerme tranquila, pero no demasiado para poder protegerme.

Por primera vez en mucho tiempo escucho los sonidos del bosque. Al abrir los ojos descubro su cara de niño. No supo qué hacer. Se quedó paralizado para no asustarme. Esperó a ver mi reacción. Con movimientos lentos me acaricia el pelo. Basta ese contacto para que los ríos se convirtieran en mares incontenibles inundando mi rostro.

Una sensación de alivio recorre mi ser por fuera y por dentro. Sus ojos buscan los míos en señal de aprobación. Se acerca más. Pasa sutilmente su mano por debajo de mi cabeza y la recarga sobre su pecho. Besa dulcemente mi cabello y como una revelación viene a mi mente su nombre.

Miguel me envuelve desde entonces entre sus brazos, unos brazos cálidos como los rayos del sol.

"Sueños Compartidos"

Cuento fantástico...
"Sueños Compartidos"
Por Andrea V. Arenas

Casandra se descubrió en el parque en el que solía encontrarse con Enrique. Hacía años que no lo veía, y sin embargo a diario pensaba en él.

Estaba tratando de recordar cómo es que llegó al parque, cuando vio a Enrique caminando hacia ella, con las manos metidas en el pantalón. Él también parecía extrañado.

- Hola! – titubeó Casandra.

- Hola! – respondió Enrique bajando la mirada. Hacía ese ademán cuando se sentía inseguro o apenado.

- Cómo has estado? - se contuvo para no abrazarlo…

- Bien, bien, ¿y tú? - se imaginó besándola…

- También bien, gracias – ahora fue ella quien desvió la mirada…

Silencio…

- ¡Tenía ganas de verte…! – dijeron los dos al mismo tiempo.

Sonrieron y se abalanzaron en un abrazo acurrucado. Reconociéndose en olor, en calor, en el latir, el respirar. Como antes; temblando.

Caminaron un rato sin decir palabra, unidas las manos.

No había nadie más en el parque. Los rayos del sol formaban caprichosas figuras de colores intensos al traspasar las hojas de los árboles; sólo se escuchaba el trinar de pájaros. Las bancas parecían recién pintadas. Del pasto podado emanaban vapores de tierra mojada transportados por un viento ligero.

- Perdóname, debí elegirte a ti... – musitó Enrique.

- Te esperé mucho tiempo, pero tenía que seguir…– contestó ella a punto de llorar.

- Lo sé… La segunda vez también te dejé ir… - volteó a mirarla y Casandra deseó perderse en los ojos cafés de Enrique y cubrirse para siempre con sus largas pestañas.

- Si me hubieras dado aunque sea una señal de que aún me querías hubiera dejado todo por ti… - un sollozo la acalló súbitamente.

- Creí que hacía lo correcto, yo... – Enrique no pudo seguir; se le quebró la voz.

- Sí... lo correcto... duele hacer lo correcto... sólo... es que nunca luchaste por mí... llegué a dudar si me querías... – Casandra se interrumpía al hablar, como las niñas gimoteando al tratar de decir lo que les pasó, mientras restregaba las manos contra el pantalón, señal de nerviosismo.

- Es cierto, no supe luchar... me dejé llevar... perdóname... – Mojadas, las pestañas de Enrique lucían aún más largas, oscuras y pesadas.

Volvieron a abrazarse, ella alzó un poco la cabeza guiada por el aliento de Enrique y se besaron. Tierna y electrizante sensación. No podían apartarse. Seguían entrelazados.

- Yo sólo quería que estuvieras más presente en mi vida... ya sabes, cumpleaños, reuniones, un café, una llamada... ser amigos... saber de ti... – Casandra seguía llorando.

- No sé qué habría pasado teniéndote cerca... yo... tuve miedo... siempre he pensado en ti... me haces falta... te extraño... – la besó de nuevo, largamente.

Varias palomas caminaban a su alrededor picoteando el piso. El viento seguía soplando, suave.

- Ya antes he percibido cuando me has necesitado pero esta vez parece diferente... hemos podido hablar como si de verdad estuviéramos aquí... te he sentido... – señaló Enrique, turbado.

- Esta “conexión” ha sido un aliciente para mí en todos estos años... de algún modo sé que aún “estás”... también he advertido cuando sufrías... Pasamos por tanto que era difícil que no siguiéramos unidos de alguna manera...

Ambos callaron por un momento, pensando.

- ¿Ya entendiste qué está pasando? – preguntó Enrique, aunque de pronto él también cayó en cuenta de lo que sucedía. Entristeció.

- Creo que uno de los dos despertará... - asintió ella.

Casandra extendió su mano hacia Enrique. Él sonrió. Tomó la pequeña rama que ella le ofrecía y comenzó a jugar con ella en la boca. Aún conservaba esa costumbre.

Enrique sacó de su cartera un papel en el que Casandra había escrito hace años: “Lo único que me impulsa, es saber que el tiempo en que podamos estar juntos algún día llegará”. Se lo entregó a ella.

Se recostaron sobre la hierba, contemplándose en despedida.

Enrique despertó invadido de una inmensa tristeza. Los recuerdos agolpados fluían a mares y no podía ver. Con trémulos movimientos palpó la cama hasta que debajo de la almohada halló lo que tanto temía y a la vez ansiaba: la rama, el último regalo de Casandra...

("Caleidoscopio" 2009)

"Razones de peso"

Cuaresma...
"Razones de peso"
Por Andrea V. Arenas

En los últimos dos meses Rosaura había perdido varios kilos y en la secundaria algunos chicos ya se volvían a verla, era tratada mejor por sus compañeras y la invitaban a reuniones y fiestas, hasta quedaron de llamarse en las vacaciones.

Sabía que la Semana Santa sería una verdadera tortura. Apenas era lunes y aunque la vigilia era obligatoria sólo el Viernes Santo, doña Chayito preparaba toda la semana platillos de Cuaresma y con verdadero esmero.

Los olores provenientes de la cocina llegaron a la recámara de Rosaura. El asado de los chiles poblanos. Incluso oía el batir de las claras para capearlos. La salsa de jitomate se hacía hasta el final para que estuviera “calientita” al momento de servir los chiles rellenos de queso, acompañados de arroz rojo con zanahorias y chícharos, frijoles refritos “bien chinitos” y tortillas recién hechas.

Rosaura tragó saliva, se le había hecho agua la boca. Sentada en la cama abrió un libro tratando de distraerse cuando escuchó que su madre se acercaba. Era difícil no percatarse de la cercanía de doña Chayito dados sus 140 kilos de peso que la hacían respirar agitadamente, además de que a cada paso su cuerpo se balanceaba de un lado a otro golpeando cuanto mueble se encontrara a su alrededor. A Rosaura le parecía repugnante. Lo peor era el hedor rancio. Escurría en sudor hasta por levantar un dedo.

Después de escuchar las melosas súplicas de su madre, Rosaura le dijo que dejara el plato en el buró. Intentó seguir leyendo. Casi pudo ver cómo el aroma de la comida recién servida se iba adueñando de su habitación y de su voluntad. No resistió. Lo devoró en apenas unos bocados. Con la vista nublada por las lágrimas arrojó el plato contra la pared...

Estaba ya cansada de los mimos y la sobreprotección de su madre, incitándola a comer y hasta chantajeándola con una supuesta preocupación por su salud, por su bienestar. ¿Cuándo se daría cuenta de que ya no era una niña a la que podía manipular? Y sin embargo, era tan difícil resistirse: en casa siempre abundaron las sopas, los platos fuertes, los postres y los antojitos. Doña Rosario a diario cubría un menú completo, pendiente del reloj para no retrasar la hora en que Rosaurita debía tomar sus alimentos...

Un día más. Llegó el viernes. Ya era casi la hora de la comida y las manos de Rosaura empezaban a temblar, no podía controlarlo. Era un tormento el sonido del pescado empanizado friéndose y la esponjosa apariencia del arroz blanco con rajas de poblano y granos de elotes. Se relamía ya pensando en la capirotada bañada con la miel de piloncillo y espolvoreada con pasas y queso.

Volvió a percibir la proximidad de doña Chayito. Esta vez no hubo necesidad de que le rogaran, Rosaura recibió el plato en las manos, luchando en su interior el deseo de adelgazar, de no convertirse en el esperpento que ella consideraba era su madre, contra el monstruoso deseo de consumir todos aquellos suculentos guisos de doña Rosario.

Además del pescado empanizado, el arroz y la capirotada, su madre le sirvió nopales con jitomate y cebolla, tortillas hechas a mano, salsa mexicana y agua de horchata.

Rosaura comió con desenfreno otra vez. Al terminar llevó el plato al fregadero. Se imaginó aterradoramente gorda, solitaria y con una hija que la aborrecía.

Después, se fue directo al baño... ¿qué usaría ahora?, ¿la pluma?, ¿el lápiz?, el dedo definitivamente no, odiaba ensuciarse...

"La Feria"

El mundo al revés...
"La Feria"
Por Andrea V. Arenas

Danielito había esperado con ansias la llegada del sábado porque iría por primera vez a una feria. Sus amiguitos de la escuela le aseguraron que se la pasaría ¡padrísimo!

Se levantó temprano, se bañó y bajó a desayunar. No tenía que preocuparse por la tarea: la había hecho la tarde del viernes para evitar cualquier posible pretexto para no llevarlo a la feria. Terminó de comer su pan francés, corrió a lavarse los dientes y esperó en el sillón. Su papá sonrió antes de darle la mano y salir.

Incluso antes de entrar, Daniel ya estaba asombrado por los llamativos colores provenientes de aquél fascinante lugar.

Se acercaron primero al Juego del Martillo: se trataba de una estructura en “L” con la figura cómica de una mujer en bata y con tubos. Era necesario pegar con mucha fuerza los pies de la señora para que un dispositivo en forma de puño subiera y le golpeara la cara. Si lo lograbas le salía un moretón alrededor del ojo y le salía sangre de la boca. A Daniel no le gustó este juego pero a su papá le pareció divertido porque “a fin de cuentas, muchos hombres así tratan a sus esposas...”.

En otro juego había un estanque que apestaba a alcohol. De los hoyos del fondo salían caras de hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños. Con un aro de metal se atrapaban las cabezas; te daban un tarro de cerveza si sacabas al menos cinco. Su papá lo logró y le entregó el tarro a Daniel. Guiñándole el ojo le dijo que ya no faltaba mucho para que pudiera utilizarlo...

Después entraron a la Casa de la Risa: era un corredor con escaparates a ambos lados en los que se podía observar a gente pidiendo limosna, personas sin piernas o sin manos, niños babeantes, algunos otros eran ciegos o sordos o, según su papá, eran locos. Los asistentes los señalaban y reían a carcajadas. A Daniel no se le hizo tan chistoso, pero su padre le instó a burlarse de ellos como todos los demás lo hacían...

En la casa de los espejos, Danielito se vio a sí mismo como licenciado, como deportista y jugando con sus supuestos hijos; no le gustó tanto cuando se vio como vagabundo y como un gordo y sucio pegándole a la que aparentemente era su esposa.

Luego fueron a otro juego en donde a cierta distancia había una lámina grande llena de globos grabados con los rostros de niños y jóvenes. El objetivo era romper los globos con unos dardos en forma de jeringas y cuando tronaban, en el panel se veía al mismo niño o joven pero con la cara demacrada y los ojos rojos. Daniel reventó tres globos y le regalaron una jeringa inflable. Aún festejando por el premio recién obtenido, el papá de Daniel le señaló que, como todos los jóvenes, algún día se le presentaría la oportunidad de tener en sus manos una jeringa de verdad...

La pasó bien en las carreras en coches. Desde un punto alejado salían a toda velocidad y tenían que ganar los lugares de estacionamiento que estaban marcados con cartones de tamaño real con la imagen de personas en sillas de ruedas, con muletas u otro tipo de problema. Como premio obtenías una licencia de conducir hecha con cartulina.

De camino al auto, Daniel se sintió desconcertado por no disfrutar de la feria como lo habían hecho su padre, sus amigos y todos los demás.

En el auto, ya de regreso a casa, su padre aún reía, por lo que cuando éste le preguntó que si le había gustado la feria, Danielito, para no decepcionarlo, se forzó a contestar: “¡Sí, muchísimo! ¿Cuándo me traerás de nuevo?”

"Clarita"

Desde la perspectiva de un niño...

"Clarita"
Por Andrea V. Arenas

Viernes 17 de Agosto

Aunque ya tengo 7 años, el lunes apenas entro a la primaria. Mi mamá y mi maestra Cuquita me han enseñado a leer y escribir porque en esas cosas debo ir un poco más adelante que los otros niños de mi edad, y me dijeron que están muy orgullosas porque aprendo rápido.

En la tarde fuimos por mi nuevo uniforme. Papá se rió mucho cuando me lo puse la primera vez, dijo que “el muertito era más grande”, yo no entendí bien pero me gusta cuando se ríe y me abraza.

Mamá me regañó porque no me quería quitar el uniforme hasta que llegara papá del trabajo y viera que ahora sí me queda bien. La blusa es blanca con botones, el suéter es azul, igual que la falda como con doblecitos que me llega a las rodillas. Las calcetas también son blancas y los zapatos negros. Me los compraron con suela gorda para que duren más.
Sábado 18 de Agosto

Mamá y yo pasamos la mañana forrando mis cuadernos con papel de color rojo y antes de ponerle el plástico les pusimos un cuadrito con mi nombre y el grupo en el que voy a estar.

Mi mochila es rosita y tiene una “Kitty” en la parte de adelante. Ya la tengo llena con mis cuadernos, libros y un estuche que me regaló mi tía Gloria con dos plumas, un lápiz, un sacapuntas y un borrador que huele a fresa.

Sólo me falta mi libretita. Creo que mañana iremos por ella.

Domingo 19 de Agosto

Papá nos levantó muy temprano y nos llevó a desayunar. Yo pedí hot cakes con mermelada y una malteada de chocolate.
Después fuimos a la plaza que está cerca de la casa y me compraron mi libretita. Le pusieron una cadena muy bonita y en su resorte puedo atorar la plumita que escribe de color morado y huele a uva.

Cuando llegamos a casa mamá se puso un poco seria y me dijo que ahora que fuera a la primaria tal vez haya niños que se porten mal conmigo pero que no debo hacerles caso y que le cuente a la maestra, a ella y a papá cualquier cosa que me haga sentir mal.

No me gustó ver así a mamá, yo ya sé todo eso que me dijo. Ya sé que me verán de forma extraña porque los niños no entienden cómo soy, pero creo que se acostumbrarán a mí y al menos una amiguita podré hacer...
Lunes 20 de Agosto

Mamá estaba muy emocionada esta mañana cuando me dejó en la escuela, por eso no le dije que me dolía un poco la panza. Me dio un beso y me colgó del cuello mi libretita.

Antes de entrar al salón, una niña se quedó mirando mi libreta y luego me preguntó cómo me llamaba. Hizo una cara chistosa cuando le di la hoja con mi nombre pero luego se rió por la carita que le dibujé. Me dijo que se llama Susana y la maestra me ayudó a explicarle que yo no puedo hablar, que así nací, muy especial, pero que todo lo demás lo puedo hacer igual que ella. Nos sentamos juntas en el salón y en el recreo estuvimos jugando.

Mi mamá lloró y me dio un abrazo muy fuerte cuando le pedí que comprara otra libreta como la mía porque a Susy le gusta que platiquemos escribiéndonos en las hojas de mi libretita...

lunes, 6 de julio de 2009

"Astilla"

Seguimos con el tema padres e hijos...

"Astilla"
Por Andrea V. Arenas

Con toda su fuerza le pegó con el cinturón varias veces en el cuerpo. Sólo había gemidos, iba a quitarle la mordaza para escucharla gritar pero se arrepintió: así tendría más tiempo para “jugar” con ella.

- ¡Maldita perra holgazana!, ¡nunca quieres hacer lo que te digo! – le gritó “Chito” a la “Nena” mientras la aventaba contra la pared.

El golpe no sonó tan fuerte como quería por lo que volvió a arrojarla y esta vez agregó una patada en el estómago. Ella cayó de rodillas, atada de pies y manos no podía defenderse; sus ojitos mojados miraron a su hermano con doloroso rencor.

- ¡No me mires así, desgraciada!, ¿crees que por sólo tener seis años debo cuidarte y mimarte...?

La tomó del pelo y de un jalón la puso en pie.

- ¡Estoy harto de tener que quedarme en casa por tu culpa!, ¿por qué no entienden que tengo 12 años y quiero salir con mis amigos?

Esta vez le soltó un puñetazo en la cara.

- ¡Si al menos recogieras mi cuarto cuando te lo ordeno...!, ¡eres una inútil!, ¡de nada te sirve ser la niñita de mamá!

“Chito” se sentía eufórico, en verdad disfrutaba esa especie de ardor que le iba creciendo dentro hasta que explotaba cuando la lastimaba.

De pronto recordó algo que vio la última vez que espió a su padre en el sótano, unos días antes de que los policías se lo llevaran, y decidió imitarlo también.

Volvió a tomar a la “Nena” del pelo y la arrastró hasta el tambo que usaban para el baño cuando se quedaban sin agua.

- ¡Tú y mamá ni siquiera extrañan a papá! – vociferó antes de introducir la cabeza de la niña en el agua.

Cuando sintió que la resistencia de la “Nena” disminuía, le sacó la cabeza del tambo.

- ¡Esta vez mamá no llegará a tiempo para salvarte!, ¡dizque se va a trabajar, pero yo sé que es una cualquiera!, ¡si de verdad trabajara podría comprarme cosas y yo no tendría que robarlas!

Estrelló varias veces la cara de la “Nena” contra el depósito antes de volver a introducirla en el agua, ahora enrojecida.

Aún cuando la niña ya no se movía, él continuó pateándola hasta que oyó un aullido, el de su madre, quien se abalanzó sobre la “Nena”...

- ¡Sabía que terminarías como tu padre...! – le dijo la mujer con atormentada repulsión.

“Chito” se irguió entonces, orgulloso, y observó cómo su madre lo delataba con la Policía igual que lo había hecho antes con su papá...