jueves, 16 de julio de 2009

"La Feria"

El mundo al revés...
"La Feria"
Por Andrea V. Arenas

Danielito había esperado con ansias la llegada del sábado porque iría por primera vez a una feria. Sus amiguitos de la escuela le aseguraron que se la pasaría ¡padrísimo!

Se levantó temprano, se bañó y bajó a desayunar. No tenía que preocuparse por la tarea: la había hecho la tarde del viernes para evitar cualquier posible pretexto para no llevarlo a la feria. Terminó de comer su pan francés, corrió a lavarse los dientes y esperó en el sillón. Su papá sonrió antes de darle la mano y salir.

Incluso antes de entrar, Daniel ya estaba asombrado por los llamativos colores provenientes de aquél fascinante lugar.

Se acercaron primero al Juego del Martillo: se trataba de una estructura en “L” con la figura cómica de una mujer en bata y con tubos. Era necesario pegar con mucha fuerza los pies de la señora para que un dispositivo en forma de puño subiera y le golpeara la cara. Si lo lograbas le salía un moretón alrededor del ojo y le salía sangre de la boca. A Daniel no le gustó este juego pero a su papá le pareció divertido porque “a fin de cuentas, muchos hombres así tratan a sus esposas...”.

En otro juego había un estanque que apestaba a alcohol. De los hoyos del fondo salían caras de hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños. Con un aro de metal se atrapaban las cabezas; te daban un tarro de cerveza si sacabas al menos cinco. Su papá lo logró y le entregó el tarro a Daniel. Guiñándole el ojo le dijo que ya no faltaba mucho para que pudiera utilizarlo...

Después entraron a la Casa de la Risa: era un corredor con escaparates a ambos lados en los que se podía observar a gente pidiendo limosna, personas sin piernas o sin manos, niños babeantes, algunos otros eran ciegos o sordos o, según su papá, eran locos. Los asistentes los señalaban y reían a carcajadas. A Daniel no se le hizo tan chistoso, pero su padre le instó a burlarse de ellos como todos los demás lo hacían...

En la casa de los espejos, Danielito se vio a sí mismo como licenciado, como deportista y jugando con sus supuestos hijos; no le gustó tanto cuando se vio como vagabundo y como un gordo y sucio pegándole a la que aparentemente era su esposa.

Luego fueron a otro juego en donde a cierta distancia había una lámina grande llena de globos grabados con los rostros de niños y jóvenes. El objetivo era romper los globos con unos dardos en forma de jeringas y cuando tronaban, en el panel se veía al mismo niño o joven pero con la cara demacrada y los ojos rojos. Daniel reventó tres globos y le regalaron una jeringa inflable. Aún festejando por el premio recién obtenido, el papá de Daniel le señaló que, como todos los jóvenes, algún día se le presentaría la oportunidad de tener en sus manos una jeringa de verdad...

La pasó bien en las carreras en coches. Desde un punto alejado salían a toda velocidad y tenían que ganar los lugares de estacionamiento que estaban marcados con cartones de tamaño real con la imagen de personas en sillas de ruedas, con muletas u otro tipo de problema. Como premio obtenías una licencia de conducir hecha con cartulina.

De camino al auto, Daniel se sintió desconcertado por no disfrutar de la feria como lo habían hecho su padre, sus amigos y todos los demás.

En el auto, ya de regreso a casa, su padre aún reía, por lo que cuando éste le preguntó que si le había gustado la feria, Danielito, para no decepcionarlo, se forzó a contestar: “¡Sí, muchísimo! ¿Cuándo me traerás de nuevo?”

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