jueves, 16 de julio de 2009

"Razones de peso"

Cuaresma...
"Razones de peso"
Por Andrea V. Arenas

En los últimos dos meses Rosaura había perdido varios kilos y en la secundaria algunos chicos ya se volvían a verla, era tratada mejor por sus compañeras y la invitaban a reuniones y fiestas, hasta quedaron de llamarse en las vacaciones.

Sabía que la Semana Santa sería una verdadera tortura. Apenas era lunes y aunque la vigilia era obligatoria sólo el Viernes Santo, doña Chayito preparaba toda la semana platillos de Cuaresma y con verdadero esmero.

Los olores provenientes de la cocina llegaron a la recámara de Rosaura. El asado de los chiles poblanos. Incluso oía el batir de las claras para capearlos. La salsa de jitomate se hacía hasta el final para que estuviera “calientita” al momento de servir los chiles rellenos de queso, acompañados de arroz rojo con zanahorias y chícharos, frijoles refritos “bien chinitos” y tortillas recién hechas.

Rosaura tragó saliva, se le había hecho agua la boca. Sentada en la cama abrió un libro tratando de distraerse cuando escuchó que su madre se acercaba. Era difícil no percatarse de la cercanía de doña Chayito dados sus 140 kilos de peso que la hacían respirar agitadamente, además de que a cada paso su cuerpo se balanceaba de un lado a otro golpeando cuanto mueble se encontrara a su alrededor. A Rosaura le parecía repugnante. Lo peor era el hedor rancio. Escurría en sudor hasta por levantar un dedo.

Después de escuchar las melosas súplicas de su madre, Rosaura le dijo que dejara el plato en el buró. Intentó seguir leyendo. Casi pudo ver cómo el aroma de la comida recién servida se iba adueñando de su habitación y de su voluntad. No resistió. Lo devoró en apenas unos bocados. Con la vista nublada por las lágrimas arrojó el plato contra la pared...

Estaba ya cansada de los mimos y la sobreprotección de su madre, incitándola a comer y hasta chantajeándola con una supuesta preocupación por su salud, por su bienestar. ¿Cuándo se daría cuenta de que ya no era una niña a la que podía manipular? Y sin embargo, era tan difícil resistirse: en casa siempre abundaron las sopas, los platos fuertes, los postres y los antojitos. Doña Rosario a diario cubría un menú completo, pendiente del reloj para no retrasar la hora en que Rosaurita debía tomar sus alimentos...

Un día más. Llegó el viernes. Ya era casi la hora de la comida y las manos de Rosaura empezaban a temblar, no podía controlarlo. Era un tormento el sonido del pescado empanizado friéndose y la esponjosa apariencia del arroz blanco con rajas de poblano y granos de elotes. Se relamía ya pensando en la capirotada bañada con la miel de piloncillo y espolvoreada con pasas y queso.

Volvió a percibir la proximidad de doña Chayito. Esta vez no hubo necesidad de que le rogaran, Rosaura recibió el plato en las manos, luchando en su interior el deseo de adelgazar, de no convertirse en el esperpento que ella consideraba era su madre, contra el monstruoso deseo de consumir todos aquellos suculentos guisos de doña Rosario.

Además del pescado empanizado, el arroz y la capirotada, su madre le sirvió nopales con jitomate y cebolla, tortillas hechas a mano, salsa mexicana y agua de horchata.

Rosaura comió con desenfreno otra vez. Al terminar llevó el plato al fregadero. Se imaginó aterradoramente gorda, solitaria y con una hija que la aborrecía.

Después, se fue directo al baño... ¿qué usaría ahora?, ¿la pluma?, ¿el lápiz?, el dedo definitivamente no, odiaba ensuciarse...

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