jueves, 16 de julio de 2009

"Sueños Compartidos"

Cuento fantástico...
"Sueños Compartidos"
Por Andrea V. Arenas

Casandra se descubrió en el parque en el que solía encontrarse con Enrique. Hacía años que no lo veía, y sin embargo a diario pensaba en él.

Estaba tratando de recordar cómo es que llegó al parque, cuando vio a Enrique caminando hacia ella, con las manos metidas en el pantalón. Él también parecía extrañado.

- Hola! – titubeó Casandra.

- Hola! – respondió Enrique bajando la mirada. Hacía ese ademán cuando se sentía inseguro o apenado.

- Cómo has estado? - se contuvo para no abrazarlo…

- Bien, bien, ¿y tú? - se imaginó besándola…

- También bien, gracias – ahora fue ella quien desvió la mirada…

Silencio…

- ¡Tenía ganas de verte…! – dijeron los dos al mismo tiempo.

Sonrieron y se abalanzaron en un abrazo acurrucado. Reconociéndose en olor, en calor, en el latir, el respirar. Como antes; temblando.

Caminaron un rato sin decir palabra, unidas las manos.

No había nadie más en el parque. Los rayos del sol formaban caprichosas figuras de colores intensos al traspasar las hojas de los árboles; sólo se escuchaba el trinar de pájaros. Las bancas parecían recién pintadas. Del pasto podado emanaban vapores de tierra mojada transportados por un viento ligero.

- Perdóname, debí elegirte a ti... – musitó Enrique.

- Te esperé mucho tiempo, pero tenía que seguir…– contestó ella a punto de llorar.

- Lo sé… La segunda vez también te dejé ir… - volteó a mirarla y Casandra deseó perderse en los ojos cafés de Enrique y cubrirse para siempre con sus largas pestañas.

- Si me hubieras dado aunque sea una señal de que aún me querías hubiera dejado todo por ti… - un sollozo la acalló súbitamente.

- Creí que hacía lo correcto, yo... – Enrique no pudo seguir; se le quebró la voz.

- Sí... lo correcto... duele hacer lo correcto... sólo... es que nunca luchaste por mí... llegué a dudar si me querías... – Casandra se interrumpía al hablar, como las niñas gimoteando al tratar de decir lo que les pasó, mientras restregaba las manos contra el pantalón, señal de nerviosismo.

- Es cierto, no supe luchar... me dejé llevar... perdóname... – Mojadas, las pestañas de Enrique lucían aún más largas, oscuras y pesadas.

Volvieron a abrazarse, ella alzó un poco la cabeza guiada por el aliento de Enrique y se besaron. Tierna y electrizante sensación. No podían apartarse. Seguían entrelazados.

- Yo sólo quería que estuvieras más presente en mi vida... ya sabes, cumpleaños, reuniones, un café, una llamada... ser amigos... saber de ti... – Casandra seguía llorando.

- No sé qué habría pasado teniéndote cerca... yo... tuve miedo... siempre he pensado en ti... me haces falta... te extraño... – la besó de nuevo, largamente.

Varias palomas caminaban a su alrededor picoteando el piso. El viento seguía soplando, suave.

- Ya antes he percibido cuando me has necesitado pero esta vez parece diferente... hemos podido hablar como si de verdad estuviéramos aquí... te he sentido... – señaló Enrique, turbado.

- Esta “conexión” ha sido un aliciente para mí en todos estos años... de algún modo sé que aún “estás”... también he advertido cuando sufrías... Pasamos por tanto que era difícil que no siguiéramos unidos de alguna manera...

Ambos callaron por un momento, pensando.

- ¿Ya entendiste qué está pasando? – preguntó Enrique, aunque de pronto él también cayó en cuenta de lo que sucedía. Entristeció.

- Creo que uno de los dos despertará... - asintió ella.

Casandra extendió su mano hacia Enrique. Él sonrió. Tomó la pequeña rama que ella le ofrecía y comenzó a jugar con ella en la boca. Aún conservaba esa costumbre.

Enrique sacó de su cartera un papel en el que Casandra había escrito hace años: “Lo único que me impulsa, es saber que el tiempo en que podamos estar juntos algún día llegará”. Se lo entregó a ella.

Se recostaron sobre la hierba, contemplándose en despedida.

Enrique despertó invadido de una inmensa tristeza. Los recuerdos agolpados fluían a mares y no podía ver. Con trémulos movimientos palpó la cama hasta que debajo de la almohada halló lo que tanto temía y a la vez ansiaba: la rama, el último regalo de Casandra...

("Caleidoscopio" 2009)

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