Otro fantástico...
"Brazos de sol"
Por Andrea V. Arenas
Las piernas me tiemblan de tanto correr y la incesante lluvia hace más pesados mis pasos. No sé qué rumbo llevo de tanto volverme a ver si aún me persigue.
Se me complica respirar pero no debo detenerme. La última vez que me involucré con otro de su especie creí que moriría. El dolor y las cicatrices son lo peor. Aún son muy recientes. Tengo que seguir si no quiero volver a pasar por eso.
He aminorado el paso aunque sigo adelante. Él también va más lento, acechándome. Creo que se está transformando. Me pareció distinguir unos ojos cafés entre las ramas.
Estoy tan cansada y me siento tan sola, como perdida en el bosque, huyendo.
Con dificultad tomo del suelo fangoso piedras y palos que con mucho esfuerzo le aviento. Lo he oído quejarse pero no se va, al contrario, se acerca cada vez más.
Me pregunto si lo que veo en aquel tronco es una mano. No estoy segura. Ojalá dejara de llover.
Conforme aumenta su proximidad, mis cicatrices se van abriendo. Apenas puedo caminar. La necesidad de escapar es menos intensa. He llegado a pensar que no quiere hacerme daño, que él no es como el otro, que no todos son iguales.
Aún está cambiando. Ya no percibo ese aspecto de animal salvaje. Se las ha ingeniado para que yo pueda ver sus manos: tiene las venas ligeramente marcadas.
Por momentos me detengo. El aguacero se convirtió en llovizna. Recelosos haces de luz se filtran por entre el alto follaje. Estoy muy débil. Las heridas están al rojo vivo. Pese a mis intentos por alejarlo, él permanece a cierta distancia.
Sosteniéndome de los árboles consigo avanzar. Sorpresivamente me toca. Ha sido casi una caricia. Pude apreciar su olor fuerte y cándido. Mi garganta se cierra mientras en mis ojos ríos crecidos pugnan por salir. Todavía desconfío y reinicio la penosa marcha.
Logro recorrer otro pequeño tramo. No queda en mí más que confusión y un ferviente deseo por parar, por detener esta huída y volverlo a intentar, ahora con él. Es difícil mantenerme en pie. Estoy mareada y temblando. Casi deseo tenerlo cerca. Me desplomo viéndolo correr hacia mí.
Como entre sueños he sentido sus cuidados. Las laceraciones en mi piel están sanando gracias a él. Se aleja lo suficiente para mantenerme tranquila, pero no demasiado para poder protegerme.
Por primera vez en mucho tiempo escucho los sonidos del bosque. Al abrir los ojos descubro su cara de niño. No supo qué hacer. Se quedó paralizado para no asustarme. Esperó a ver mi reacción. Con movimientos lentos me acaricia el pelo. Basta ese contacto para que los ríos se convirtieran en mares incontenibles inundando mi rostro.
Una sensación de alivio recorre mi ser por fuera y por dentro. Sus ojos buscan los míos en señal de aprobación. Se acerca más. Pasa sutilmente su mano por debajo de mi cabeza y la recarga sobre su pecho. Besa dulcemente mi cabello y como una revelación viene a mi mente su nombre.
Miguel me envuelve desde entonces entre sus brazos, unos brazos cálidos como los rayos del sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario