En el siguiente encargo se nos entregó una serie de diálogos que tuvimos que contextualizar. Estos no podían usarse juntos, es decir, uno seguido de otro; ni tampoco podíamos agregar nuevos diálogos.
"Doblez"
Por Andrea V. Arenas
El hotel en el que se hospedaron no era lujoso pero sí reconfortante.
Eran casi las 6:00 de la tarde; el viaje no había sido muy largo.
- Rani, ya debe estar listo tu baño.
Escuchó el llamado mientras disfrutaba la vista desde el balcón.
- Sí, querido – contestó con disfrazado desdén.
Se quitó la bata y se metió en la tina. Sintió la necesidad de cerrar los ojos. Tenía que estar serena.
Jorge entró al baño y comenzó a rasurase; él ya se había duchado. Por el espejo vio a Rani; parecía relajada.
- Podríamos ir a tomar un trago al bar – trató de decir Jorge con naturalidad, pero se le cayó el rastrillo al darse cuenta que ella le observaba.
Al entrar al lugar, Jorge distinguió la mesa que debían ocupar y al sujeto de gafas polarizadas. Sin embargo, Rani entró decidida y se instaló en una contigua a la que le señalaban. De reojo observó la turbación de Jorge y cómo se acercó a uno de los meseros.
El camarero se aproximó y le preguntó si no preferiría tomar la mesa de al lado: en el lugar que había escogido podrían incomodarla con el paso constante de clientes.
- Lástima, se está bien aquí. Preferiría quedarme, si no le molesta – el empleado asintió con la cabeza y se retiró.
Jorge ya había pedido su whisky y volvió a preguntarle a Rani si quería tomar algo.
- Bueno, sí – le contestó ella que seguía cuidadosamente cada movimiento.
Ya con el tercer cigarro en curso, Jorge tiró la margarita aún sin probar de Rani y ella disfrutó al preguntarle qué le pasaba pues lo notaba nervioso.
- No es nada, después pasa....
Quiso aparentar tranquilidad, pero todo estaba saliendo mal. Jorge sabía que si no “entregaba” a Rani, como le habían ordenado, quien moriría era él. Y para colmo, desde el lugar en el que estaba no podía ver al que debía ser el verdugo: el de las gafas.
Un apagón de luz le aceleró el corazón; sintió la espalda húmeda; su sangre se derramaba tibia...
- ¿Qué fue eso? – preguntó molesto uno de los clientes cuando regresó la luz.
El gerente del lugar le respondió “Nada, nada...”, palmeándole la espalda.
Rani se levantó de la silla y volteó hacia la puerta. El hombre de gafas polarizadas la miró y asintió con la cabeza, ella imitó el ademán mientras veía la navaja entrar en el bolsillo del asesino de su esposo.
Eran casi las 6:00 de la tarde; el viaje no había sido muy largo.
- Rani, ya debe estar listo tu baño.
Escuchó el llamado mientras disfrutaba la vista desde el balcón.
- Sí, querido – contestó con disfrazado desdén.
Se quitó la bata y se metió en la tina. Sintió la necesidad de cerrar los ojos. Tenía que estar serena.
Jorge entró al baño y comenzó a rasurase; él ya se había duchado. Por el espejo vio a Rani; parecía relajada.
- Podríamos ir a tomar un trago al bar – trató de decir Jorge con naturalidad, pero se le cayó el rastrillo al darse cuenta que ella le observaba.
Al entrar al lugar, Jorge distinguió la mesa que debían ocupar y al sujeto de gafas polarizadas. Sin embargo, Rani entró decidida y se instaló en una contigua a la que le señalaban. De reojo observó la turbación de Jorge y cómo se acercó a uno de los meseros.
El camarero se aproximó y le preguntó si no preferiría tomar la mesa de al lado: en el lugar que había escogido podrían incomodarla con el paso constante de clientes.
- Lástima, se está bien aquí. Preferiría quedarme, si no le molesta – el empleado asintió con la cabeza y se retiró.
Jorge ya había pedido su whisky y volvió a preguntarle a Rani si quería tomar algo.
- Bueno, sí – le contestó ella que seguía cuidadosamente cada movimiento.
Ya con el tercer cigarro en curso, Jorge tiró la margarita aún sin probar de Rani y ella disfrutó al preguntarle qué le pasaba pues lo notaba nervioso.
- No es nada, después pasa....
Quiso aparentar tranquilidad, pero todo estaba saliendo mal. Jorge sabía que si no “entregaba” a Rani, como le habían ordenado, quien moriría era él. Y para colmo, desde el lugar en el que estaba no podía ver al que debía ser el verdugo: el de las gafas.
Un apagón de luz le aceleró el corazón; sintió la espalda húmeda; su sangre se derramaba tibia...
- ¿Qué fue eso? – preguntó molesto uno de los clientes cuando regresó la luz.
El gerente del lugar le respondió “Nada, nada...”, palmeándole la espalda.
Rani se levantó de la silla y volteó hacia la puerta. El hombre de gafas polarizadas la miró y asintió con la cabeza, ella imitó el ademán mientras veía la navaja entrar en el bolsillo del asesino de su esposo.
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