En este primer trabajo del taller de Creación Literaria, un compañero me dio 10 palabras que No le gustaban y debí integrarlas en un texto erótico o de amor.
"Iniciación"
Por Andrea V. Arenas
Karla se despertó esa mañana con la certeza de que sucedería.
Tomó sus libros del buró y salió casi corriendo. Habían quedado de verse cerca de la escuela.
Al dar vuelta a la esquina caminó perdida en los ojos negros de Eduardo enmarcados con largas pestañas, y lo supo: él sentía lo mismo.
Sin decir palabra se dirigieron al parque que está sobre la estación Juárez. Ahí, bajo un álamo, ella asintió cuando, sin ambages ni jactancia, Eduardo le hizo la propuesta.
Llegaron al Motel LOR. Ella esperó en el estacionamiento en tanto él partió a cumplimentar los requisitos para conseguir la habitación.
Cara a cara inhalaron su propia respiración hasta que el beso les aceleró. La blusa tejida a cuadros rosas y blancos cayó, al igual que la camisa blanca y los pantalones negros de ella y los grises de él.
Tendidos en la cama, Eduardo anduvo por su cuerpo con manos ansiosas pero precisas, creando una nueva cartografía de Karla.
Entre el mar de conmociones le sintió firme y la maldita idiosincrasia familiar le desplegó posibles consecuencias; fue sólo un segundo pues reencontró su mirada y la vio alejarse bajando hasta que se zambulló en los secretos que él le musitaba en la entrepierna mientras sus manos le acariciaban los pechos.
Con los ojos cerrados, su lengua susurrante la llevó por un mar picado y al romper la ola más alta cayó por un vacío que le hizo trepidar con escalofríos centelleantes que le impidieron acallar un gemido.
Reconfortada en sus brazos, lo admiró desnudo y acarició su sexo aún erguido. Le pidió que la guiara. Él buscó su boca y posó su mano sobre la de ella indicándole el movimiento, suave. Ella continuó hasta que le sintió sacudirse intermitentemente.
Permanecieron tumbados, tomados de la mano.
Un parco golpeteo en la puerta estuvo a punto de convertir en un deyecto el final de la travesía; sin embargo, Eduardo volvió a trastocarla con un abrazo y un beso apaciguado, pero sobre todo con la mirada que le regaló mientras le acariciaba el pelo y que le ofrecía todavía más, mucho más por descubrir...
Tomó sus libros del buró y salió casi corriendo. Habían quedado de verse cerca de la escuela.
Al dar vuelta a la esquina caminó perdida en los ojos negros de Eduardo enmarcados con largas pestañas, y lo supo: él sentía lo mismo.
Sin decir palabra se dirigieron al parque que está sobre la estación Juárez. Ahí, bajo un álamo, ella asintió cuando, sin ambages ni jactancia, Eduardo le hizo la propuesta.
Llegaron al Motel LOR. Ella esperó en el estacionamiento en tanto él partió a cumplimentar los requisitos para conseguir la habitación.
Cara a cara inhalaron su propia respiración hasta que el beso les aceleró. La blusa tejida a cuadros rosas y blancos cayó, al igual que la camisa blanca y los pantalones negros de ella y los grises de él.
Tendidos en la cama, Eduardo anduvo por su cuerpo con manos ansiosas pero precisas, creando una nueva cartografía de Karla.
Entre el mar de conmociones le sintió firme y la maldita idiosincrasia familiar le desplegó posibles consecuencias; fue sólo un segundo pues reencontró su mirada y la vio alejarse bajando hasta que se zambulló en los secretos que él le musitaba en la entrepierna mientras sus manos le acariciaban los pechos.
Con los ojos cerrados, su lengua susurrante la llevó por un mar picado y al romper la ola más alta cayó por un vacío que le hizo trepidar con escalofríos centelleantes que le impidieron acallar un gemido.
Reconfortada en sus brazos, lo admiró desnudo y acarició su sexo aún erguido. Le pidió que la guiara. Él buscó su boca y posó su mano sobre la de ella indicándole el movimiento, suave. Ella continuó hasta que le sintió sacudirse intermitentemente.
Permanecieron tumbados, tomados de la mano.
Un parco golpeteo en la puerta estuvo a punto de convertir en un deyecto el final de la travesía; sin embargo, Eduardo volvió a trastocarla con un abrazo y un beso apaciguado, pero sobre todo con la mirada que le regaló mientras le acariciaba el pelo y que le ofrecía todavía más, mucho más por descubrir...
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